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Lo que se habla un día cualquiera en el Metro por Jorvic Vital


Recientemente estuve en Caracas con el objetivo de re-emitir mi pasaporte y, como es usual en estos casos, aproveché para hacer diligencias personales que implican siempre todo tipo de sobresaltos y experiencias. Suelo usar siempre diferentes medios de transportes como moto-taxis, taxis, camioneticas y por supuesto usar el servicio de una de las herencias más importantes de la cuarta: El Metro. Confieso que me complace saber que siga siendo tan importante como siempre ha sido en la vida del caraqueño y que siga expandiéndose. Lástima que en estos últimos años se expande pero “a paso de vencedores” ya que debería ser mucho más rápido.

Algo que me causaba mucha curiosidad antes de llegar a la capital y a lo que presté mucha atención durante los últimos cuatro (04) días, fueron las distintas conversaciones en cada momento de este multitudinario medio transporte que envuelve a los caraqueños en sí mismos de una forma tan mágica que hasta parece ser un momento en donde todos están reflexionando sobre sí mismos, su realidad, su dolor y especialmente su esperanza.

Por un lado, confirmé que los resultados de datanálisis no están tan desviados de la realidad 
cuando afirma que el tema que más aborda a los venezolanos es el desabastecimiento. Tal vez porque ahora el hampa tiene menos que robar (?) o la gente siente que tienen poco que robarle (?).

Las personas hablan, pero son pocas. Aquellos que se atreven por lo general son mujeres. Por ejemplo: entra una señora con una bolsa plástica en la estación miranda con aquellos productos que están escaseando y algunas personas discretamente le preguntan dónde consiguió tal o cual producto. La idea es ver si mandan a un familiar que por lo general está disponible para hacer la cola.

También, escuché de algunas personas decir que no estaban de acuerdo con la situación de Venezuela y que ellos no iban a hacer esas colas y que comerían lo que hubiese disponible “por cerca de la casa”. Otros, sin embargo, decían que no hacen cola porque no pueden dejar de trabajar y envían a sus padres, tíos, abuelos que normalmente estarían descansando en casa o haciendo una actividad de menor esfuerzo para hacer esas colas.

Alguien comenta en tono de broma que le paga a un indigente cerca de Bs50-100 para que le haga la cola por parque central, pero la risa se acaba cuando otra persona confirma que él hace lo mismo y queda en el ambiente el entendido de que eso se convirtió en una forma de ganarse la vida para algunos “porque en este país hay que sobrevivir”.

Otra de las conversaciones que me llamo la atención fue la de una señora que le contaba a su amiga como excluyeron del proceso de selección de PDVSA a su hija de 21 años graduada aparentemente en una universidad bolivariana  porque no supo responder la pregunta clave de la entrevista: “que dijo maduro en su último programa de radio?” , la madre resaltó el tema como una humillación porque ella (por lo menos deja entrever) ha apoyado al proceso, sin embargo, le tocaron el futuro de su hija y ya quiere gestionar para que se vaya del país y busque oportunidades “afuera”. LAstima qeu ahora con el SICAD II tendrá que vender el alma si quiere comprar un pasaje para el exterior. 

Otra característica interesante de esta cotidianidad es como las conversaciones cambian en la medida que el tren avanza desde palo verde a propatria. Al inicio la gente va conversando sobre sus diligencias y de cómo están haciendo para sobrevivir pero en la medida que avanza el tren hacia propatria la conversación más común es sobre las colas y el desabastecimiento. Esto me permite especular que las personas del oeste o, aquellas que tienen menos ingresos son los más afectados de esta situación porque ellos si están obligados a hacer las colas en comparación con aquellos que ganan más dinero y tratan de evitar la cola comprando lo que halla o consiguiendo con sus amigos que trabajan en empresas con algun tipo de beneficio laboral.

Evidentemente siempre entran al vagón personas que se refieren a algún asesinato o algún robo y contando como ocurrió. Lo interesante es la normalidad con la que se aborda el tema y como el vagón está atento a lo que aconteció pero nadie parece sorprendido porque eso ya es parte de nuestra cotidianidad.

Los que se encuentran en el vagón y tienen tiempo que no se ven, se saludan entre los brazos de la gente que están agarrados de los tubos y uno le pregunta al otro que para donde va, el otro le responde: “preparando los papeles para irme del país porque esto no lo aguanta nadie”. En ese justo momento, la persona que esta con una camisa oficial, se pone los audífonos para escuchar su música. La despedida de estos dos personajes me pareció hasta un poco triste. Espero que esta persona que planeaba irse haya comprado su pasaje con anterioridad porqur ahora esta mucho mas dificil. 

La lucha épica de los viejitos por intentar ocupar las sillas azules que les corresponden. Muchos jóvenes (<40años) en efecto se levantan de dichas sillas cuando ven a alguien con limitaciones físicas o a un(a) viejito(a)  pero otros curiosamente parece que se hacen los dormidos. Algo no está bien en mi Venezuela cuando le despreciamos el asiento nuestros viejitos y enfermos y mucho menos cuando nos "hacemos los locos".

Alguien hace un chiste en medio del ajetreo y dice que “parece que la harina se fue con los vuelos que están siendo desviados pa' Brasil”... la gente sonrie y otros le suman el azucar, los desodorantes y las afeitadoras al chiste...

Después de tanto ir y venir en el metro, me reúno con un familiar que siempre ha sido activo en “el proceso” y me cuenta sobre como al presidente se le escapa el país de las manos termina diciéndome: esto va a terminar explotando como en el 89, con la gente saqueando los comercios, pero esta vez será por comida y no por electrodomesticos!

Después conversó con un amigo que tiene un bar-restaurant en Catia y me dice que la mayor parte de su clientela habla mal del gobierno. De hecho algunos colectivos también lo hacen pero no pueden ”voltearse” ahora…no es el momento…

Mucha gente habla de sus familiares en el interior diciendo : “allá si esta jod.. la vai… porque esta gente manda lo poco que tiene pa’ caracas y allá no llega casi nada. Dígame Táchira!! Dígame Mérida.!! y en Guayana?!! Nojo….”

De hecho actualmente IPOSTEL  prohibió en envío de artículos de primera necesidad por encomiendas. Es decir, si usted tiene un familiar en Mérida y quiere enviarle pañales, leche, azúcar, desodorante o lo que sea que esté escaseando… simplemente no puede pero no se preocupen, esto abrió otras fuentes de ingresos: la “mano mojada” mueve las encomiendas ahora en nuestro país.

Después de todo esto me quedo en Altamira y subo a la plaza Francia, en donde han sabido instaurar un noble homenaje a los muertos de las protestas desde el 12 de febrero. Me quedo sin palabras al ver las fotos, sus caras, sus cruces en un jardín que fue proyectado para la tranquilidad de las familias… ahora es una imagen del cementerio.

En fin, creo que lo que se habla en el metro refleja un país cansado de tantas mentiras. Cansada de luchar contra un fantasma que le hace burla. La gente no es pendeja y aunque nos quieran dar a entender lo contrario, debemos tener la confianza en nosotros mismos para salir de este atolladero. 

Históricamente en nuestro país siempre existieron momentos de pausa, de respiro, que significaron el impulso hacia adelante para cambiar el destino. Salí de caracas esperanzado de que más temprano que tarde el pueblo de Venezuela unido y sin pretextos ideológicos (porque no los necesita) dará el paso necesario para que las cosas comiencen a ser reconstruidas. Con una lección sin igual  en nuestra historia.

Como dice el sociólogo Ramón Piñango en el libro “Armando el rompecabezas de un país” de Cesar Miguel Rondón: "El venezolano no tolera el maltrato. En posiciones de subordinación, el venezolano puede aguantar eso, por cierto tiempo, pero no perdona: cuando menos se espera, se venga de eso. […]."

Jorvic Vital
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